Publicamos el primer capítulo de un diario de a bordo enviado por Alfredo Passalacqua, navegante de larga experiencia residente en Trujillo, a la revista Gens Ligustica in Orbe de Génova. El documento pertenecía a Alejandro Marini Flores, hijo de Silvio Marini, uno de los once que componían el grupo de lígures de Chiavari que en 1922 viajaron del puerto de Génova al Callao, donde arribaron luego de un mes y seis días de navegación.
El relato comienza con los preparativos del viaje: Silvio y los suyos deben tomar el tren que los llevará al puerto de Génova, desde donde iniciarán su gran aventura rumbo al Perú. Veamos cómo se vivía en esa época las previas de un viaje trasantlántico en barco.
Lavagna, 18 de agosto de 1922
A las 6:30 Giovanni, Manuelo, Giulin, Silvio, Natalin, Pippo, Minghitto, Colomba, Anna, Maria y la señora de Giovanni esperamos con nuestras respectivas 17 maletas el tren de las 7:00 am.
Recordaremos siempre el conmovedor saludo de nuestros amigos de Lavagna, especialmente a las personas que asistieron a la partida del tren: Andrea, Teresa, Angelitta, Gina y Baciccia, Faggio, Pippo, Gerolamo, Domenico y Enrico Vaccarezza, Duilio, Geppin, Gin, Tonito, Parigi, Millio, los hermanos Rizolin, los hermanos Pinasco, Frank, Enrico y Quansito, Giulio, Angelo Maggiolo, Carlo, la señora Chiappe y su hijo Andrea Dasso, Azzaro, Federico, Anita Massa y las hermanas Costa.
Un escalofrío estremece tanto a los que partimos como a los que nos despiden cuando vemos llegar el tren de las 8:00 am, sensación que se renueva más aún con la bocina del tren acompañado de lágrimas, besos, abrazos y agitación de pañuelos. Nos resulta difícil describir este conmovedor momento, solo sabemos que nuestros corazones no lo olvidarán y no tendremos las suficientes palabras para agradecer a nuestros queridos amigos.
De Lavagna a Génova, el camino nos pareció bastante corto, puesto que estábamos todos absortos en nuestros propios pensamientos, pensábamos en nuestros seres queridos. Así nos encontramos en la estación Príncipe, cerca de las 10:30 am. Luego de haber guardado nuestras maletas en la estación, con Giovanni a la cabeza nos dirigimos al hospedaje Piemontese donde naturalmente comimos. Antes de almorzar Giovanni nos lleva a cambiar algunas monedas en esterlinas peruanas e inglesas.
Almorzamos animadamente reunidos en una misma mesa bien servida. Apenas terminamos de comer nos dirigimos a la estación Príncipe a esperar al amable señor Carbone, quien nos acompaña a las oficinas de Navegación General Italiana, donde luego de una larga espera con respectiva angustia obtuvimos el pasaporte, el pasaje de embarco así como 14 liras de reembolso por los siete días de prorroga de la partida. De allí tenemos tiempo libre hasta las 7:00 am del día siguiente.
Manuelo, Angelo y Silvio se van a jugar tiro al blanco; María y la señora de Giovanni van de paseo por la ciudad para comprar cosas para el viaje, Anna e Minghittose quedan en el hospedaje Piemontese, Colomba y Pippo van a Sestri Ponente a encontrar a un pariente suyo, Natalin regresa a Lavagna. Giovanni se va a buscar a Elena, Dobrila y Babbo en el hospedaje Venezia.
Cerca de las 19:30 nos encontramos nuevamente reunidos en la mesa del hospedaje Piemontese (menos Natalin, Colomba y Pippo), nos damos una buena empanzada en medio de la alegría general. Bebemos varias botellas a la salud de nuestros paisanos.
Luego de la cena Giovanni y señora, Maria, Angelo, Manuelo e Silvio se dirigen a la plaza de la estación Príncipe para darse una vuelta de una hora en automóvil. Preguntamos a dos o tres choferes que nos piden la pequeña cifra de 50 y 60 liras. Así que decidimos ir a un bar donde entre cervezas y gaseosas nos alcanza la medianoche. Alguien paga, nos levantamos para ir a dormir al Piemontese, y aquí nos deseamos las primeras buenas noches antes del inicio del viaje Lavagna-Callao.
Maria, Anna, Minghitto, Giovanni y señora, van a dormir a una habitación, mientras Silvio, Angelo y Manuelo, van a otra donde se encuentran otros dos que no conocemos.
Las camas son cuatro y nosotros somos cinco, así que Silvio y Angelo pasan la noche en la misma cama. Imagínense si durmieron, no hicieron más que pensar en las quince liras jugadas al tiro al blanco. Al rato Giulin se puso a gritar “Cippelo Ciappelo”: los dos que dormían en nuestra habitación se levantaron de sobresalto y nos preguntaron asustados qué diablos estaba ocurriendo. Pero en vista que nosotros tres reíamos, rieron también ellos y se volvieron a dormir, hablamos un poco de San Bernardo y tratamos de dormir también nosotros.