El 17 de marzo de 1861 se proclamó oficialmente el Reino de Italia, con Víctor Manuel II como su primer rey. Con ello, se iniciaba una nueva etapa en la historia europea: Italia, tras siglos de fragmentación, comenzaba a existir como una nación unificada. Este proceso, conocido como Risorgimento (resurgimiento), fue impulsado por el deseo de liberar a la península del dominio extranjero y consolidar una identidad nacional compartida.
Tras la caída del Imperio Romano de Occidente (476 d.C.), Italia quedó dividida en múltiples reinos y regiones bajo diferentes influencias, como el Imperio Austriaco, la Iglesia Católica o las potencias extranjeras. Durante el siglo XIX, el legado de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas despertó en Italia una conciencia nacionalista, alimentada por ideales de libertad, unidad y autodeterminación.
De las ideas a la acción: los protagonistas del Risorgimento
El Risorgimento fue impulsado por tres figuras clave que, desde distintos frentes, trabajaron por la unificación:
- Giuseppe Mazzini, ideólogo del movimiento, fundó en 1831 la sociedad secreta Giovine Italia (Joven Italia), que promovía una república unificada y democrática. Su visión romántica e idealista inspiró a generaciones de patriotas.
- Camillo Benso, Conde de Cavour, primer ministro del Reino de Piamonte-Cerdeña, fue el estratega político. A través de alianzas diplomáticas —especialmente con Francia— logró expulsar a Austria del norte de Italia y anexionar varias regiones.
- Giuseppe Garibaldi, el carismático militar y revolucionario, lideró la famosa Expedición de los Mil, una campaña decisiva que unificó el sur de Italia bajo la corona de Víctor Manuel II.
El camino hacia la unidad: guerras y diplomacia
El proceso de unificación se desarrolló entre 1815 y 1870, pasando por momentos clave:
- Primera Guerra de Independencia (1848-1849): Impulsada por el nacionalismo y el deseo de expulsar a los austríacos, fue derrotada, pero marcó el inicio de la lucha armada.
- Segunda Guerra de Independencia (1859): Gracias a la alianza entre Cavour y Napoleón III, el Reino de Piamonte-Cerdeña derrotó a Austria y anexó Lombardía.
- 1860 – Expedición de los Mil: Giuseppe Garibaldi zarpó desde Quarto (Génova) el 5 de mayo con poco más de mil voluntarios, desembarcó en Marsala el 11 de mayo y avanzó hacia el sur. Tras tomar Sicilia y Nápoles, se encontró con Víctor Manuel II en Teano (26 de octubre de 1860), reconociendo la monarquía.
- Proclamación del Reino de Italia (17 de marzo de 1861): En Turín, el Parlamento proclamó oficialmente la unificación, aunque aún quedaban regiones fuera de la unión.
Los desafíos de una nación recién nacida
La unificación no fue sencilla ni completa. Aún faltaban territorios importantes: Venecia, bajo control austriaco, y Roma, defendida por tropas francesas.
- Tercera Guerra de Independencia (1866): Italia, aliada con Prusia, obtuvo Venecia tras la derrota de Austria.
- Toma de Roma (1870): Con Francia debilitada por la guerra franco-prusiana, las tropas italianas entraron en Roma el 20 de septiembre, completando la unidad territorial. Roma se convirtió en la capital en 1871.
Sin embargo, el país seguía profundamente dividido. Las diferencias económicas, lingüísticas y sociales entre el norte industrial y el sur agrícola generaron tensiones internas. La famosa frase de Massimo d’Azeglio —“Hemos hecho Italia, ahora debemos hacer a los italianos”— resume el enorme reto que enfrentaba la nueva nación.
El legado del Risorgimento
El Risorgimento no solo fue un proceso de unificación territorial, sino también un fenómeno político y cultural que estableció las bases del Estado italiano moderno, pero también dejó temas irresueltos en su momento, tales como la inclusión social, la identidad nacional y la relación entre la Iglesia y el Estado, temas que llegarían paulatinamente a configurar los grandes desafíos del siglo XX.